lunes, 28 de noviembre de 2011

Presencia política juvenil vs. expresiones políticas de los jóvenes

El Instituto Mexicano de la Juventud (IMJUVE, 2011) propone como su misión  “Mejorar la calidad de vida de los jóvenes”, mediante la promoción, la generación y la articulación de “políticas públicas integrales de juventud que surjan del reconocimiento de las y de los jóvenes en toda su diversidad, como sujetos y actores de su propio destino, que respondan a sus necesidades, propiciando el mejoramiento de su calidad de vida y su participación plena y desarrollo nacional”. Este reconocimiento es cuestionado por Marcial (2006, p. 122), al señalar que “la sociedad tapatía [el caso que este autor analiza] canaliza hacia la marginación, la desviación y la delincuencia juveniles todo tipo de expresiones por parte de jóvenes que no reproducen la visión estandarizada que de ellos se espera”.
Otro punto de interés es la visión que posee esta institución (IMJUVE, 2011), la cual consiste en estar “más cerca de los jóvenes, somos referente de la juventud y el principal impulsor de su desarrollo”. Pero las circunstancias muestran que los “jóvenes, desde sus reductos culturales, están haciendo manifiesta su inconformidad con los espacios culturales existentes y se resisten a conformarse con ellos” (Marcial, 2006, p. 122). E incluso, “las culturas juveniles se siguen viendo como ‘porciones sociales’ que se sitúan por fuera o muy aparte del conjunto social, cuando en realidad forman parte de sus sociedades aún cuando reproduzcan ideologías, discursos y prácticas de resistencia cultural, política y social” (Marcial, 2006, p. 124).
El IMJUVE (2011), además, tiene como uno de sus objetivos “Definir e instrumentar una política nacional de juventud que permita incorporar plenamente a la juventud al desarrollo del país”. Ante el desconocimiento generalizado, “la tolerancia de nuestras autoridades suele fracturase con facilidad y ello reafirma la incapacidad de comprender y aceptar de forma inclusiva muchas manifestaciones juveniles hoy vigentes en Guadalajara. Además, con la tendencia hacia la privatización de la cultura, este esquema no parece poder ser superado en el corto plazo” (Marcial, 2006, p. 122). Incluso, esta postura demuestra que la articulación social de las culturas juveniles se aborda desde la cultura hegemónica, desde la cultura dominante, la cual “mediatiza por las diversas instancias por las que el poder se transmite y se negocia” (Feixa, 1998, p. 61).
Siguiendo con los objetivos del IMJUVE (2011), esta dependencia del Gobierno Federal busca “promover coordinadamente con las dependencias y entidades de la Administración Pública Federal, en el ámbito de sus respectivas competencias, las acciones destinadas a mejorar el nivel de vida de la juventud, así como sus expectativas sociales, culturales y derechos”. No obstante, existe una gran “gama cultural de proyectos, sentidos, simbologías, adscripciones e identificaciones juveniles (que transitan por el aislamiento, la resistencia, el ocio, la diversidad sexual y cultural, la anarquía, la informática, la estética, etc.), están demostrando la necesidad de acercarse a ellos desde un enfoque que permita recoger las sensibilidades, proyecciones y potencialidades de quienes se adscriben a estas nuevas relaciones identitarias y construyen, desde lo cotidiano, aquellos espacios (reales y virtuales) de reproducción cultural” (Marcial, 2006, p. 121).

Entonces, la integración de la juventud mexicana al desarrollo nacional, mejorando su calidad de vida y tomando en cuenta sus expectativas sociales, culturales y derechos, debe partir necesariamente de la propuesta de Marcial (2006, p. 122); a través de una “mirada transversal” de la diversidad juvenil, para desde allí “proponer una interpretación reflexiva sobre los discursos y las acciones de las diferentes culturas juveniles revisadas hasta ahora” (Marcial, 2006, p. 122). Esto con el fin de no construir estereotipos sociales sumamente estigmatizantes y descalificantes, y, de esta forma, dejar de utilizar “el arma principal y más contundente a la que la sociedad echa mano para castigar y marginar social y culturalmente a aquellos jóvenes que se desprenden de las normas socialmente aceptadas” (Marcial, 2006, p. 122).
“Ante los vertiginosos cambios culturales que hoy se viven en todo el mundo, son precisamente los jóvenes, o una parte de ellos al menos, los que se están arriesgando a experimentar sin perder de vista los anclajes identitarios que los definen; sino más bien permitiéndose traspasar las otrora delimitaciones identitarias, para conformar nuevas formas de asociación, expresión y convivencia cotidiana” (Marcial, 2006, p. 124). Uno de estos grupos son los hackers y los crackers. Estos jóvenes, como todos quienes integran los movimientos sociales de resistencia cultural, deben permanecer independientes de cualquier instancia que busque limitarlos, a través del reforzamiento de las redes de solidaridad que construyen cotidianamente.
Es por esto que “muchos de estos jóvenes buscan entablar una lucha desde la clandestinidad para exigir el libre tránsito en la red de Internet, entendiendo esto como un recurso democrático de acceso a la información, cuando empresas y gobiernos pretenden usar libremente dicha red, pero imponen barreras a los millones de usuarios que se conectan a ella diariamente” (Marcial, 2006, p. 82). Debido a que la mayoría de las instituciones sociales han caído en un descrédito, no para la totalidad de los jóvenes, pero sí para buena parte de los que buscan en diversas ideologías juveniles de disentimiento los sentidos que les ayuden a explicarse la realidad social en la que viven.
La diferencia entre unos y otros es que “mientras los hackers, como tendencia general, tienen sus “centros de maniobras” de forma estable (sea en sus habitaciones, cocheras, sótanos, áticos u oficinas), prefieren divertirse en fiestas rave y visten de manera austera pero pulcra; los crackers son nómadas que cargan con su Lap Top (computadora portátil con modem integrado) para todas partes, acuden a bares pero no siempre a los mismos, y usan atuendos más característicos de la cultura punk (Marcial, 2006, p. 84). Sin embargo, ambos “han optado por un ‘vagabundeo’ o una ‘yoyogeneización’ en muchos de los ámbitos de sus vidas (lo afectivo, lo sexual, lo laboral, lo escolar, lo cultural, lo económico, lo residencial e, inclusive, lo religioso)” (Marcial, 2006, p. 124).
“Pero la cultura del hacker no sólo tiene que ver con el dominio de técnicas para lograr ingresar de forma anónima a los sistemas y redes computacionales. Además, implica una actitud de burla hacia quienes, aún nos encontramos perdidos en el mundo virtual de las redes computacionales” (Marcial, 2006, p. 88). En suma, partir de las implicaciones de los discursos y expresiones juveniles que se manifiestan dentro del ámbito de la cultura, del mundo del internet en nuestro ejemplo, resulta necesario “considerarlas como propuestas (inacabadas, en construcción) de nuevas formas de convivencia social; sin que ello implique forzosamente adentrarse en el ámbito de la política regulada, sea participando en los procesos institucionales del poder o para buscar un cambio social a través del enfrentamiento directo con esas estructuras del poder regulado” (Marcial, 2006, p. 124).



Bibliografía:

Feixa, C. (1998): “Capítulo III: De las culturas juveniles al estilo”. En: El reloj de arena: culturas juveniles en México. México: SEP / Causa Joven (Colección “JovenES, 4), pp. 60-73.
Instituto Mexicano de la Juventud (IMJUVE, 2011): Portal de Internet. Disponible en: http://www.imjuventud.gob.mx/index.php Revisado el 27 de noviembre de 2011
Marcial, R. (2006): Andamos como Andamos porque Somos como Somos: Cultural Juveniles en Guadalajara. Jalisco: El Colegio de Jalisco

martes, 1 de noviembre de 2011

Concepto de juventud



Se adelanta una definición de juventud dada por el Instituto Mexicano de la Juventud (2007, p. 19): “es una categoría que se define por el tipo de interacciones y límites que se establecen al interior de una sociedad, que se constituye de maneras diferenciadas, según los ‘lugares’ (plataformas y referentes juveniles en la percepción y construcción de representaciones para actual en el mundo) estructurales y simbólicos que los actores juveniles ocupan en la sociedad”. Entonces, las identificaciones juveniles se conforman como prácticas que organizan pertenencias y diferenciaciones; y “es en esta articulación de prácticas significantes mediadas por el consumo cultural donde cobran forma los estilos de vida juveniles” (IMJUVE, 2007, pp. 18-19).
“La juventud no es una condición natural sino una construcción histórica que se articula sobre recursos materiales y simbólicos. La distribución social de estos recursos es asimétrica. Se es joven de diferentes maneras en función de la diferenciación social, de parámetros como el dinero, el trabajo, la educación, el barrio, el tiempo libre. La condición de juventud no se ofrece de igual manera para todos los integrantes de la categoría estadística joven” (Margulis y Urresti, 1996, p.133).

Sin embargo, las opciones de vida disponibles para los jóvenes se encuentran definidas por aspectos de orden estructural que muchas veces rebasan los empeños individuales. Las trayectorias juveniles se enmarcan  en las características especificas de la clase social de pertenencia –definida por condiciones históricas estructuradas– que por su ubicación socioeconómica, tienen intereses afines  que dimanan de las condiciones objetivas de vida compartidas y desde estos intereses comunes se pueden construir destinos, objetivo y adversarios comunes (Valenzuela, 2009, pp. 114-115).

Hablar de las culturas juveniles, sus praxis culturales y su estilo de vida en relación con los procesos culturales  y educativos, requiere también discutir la condición relacional de la juventud, pues los temas y proyectos prioritarios  que definen los procesos de vida juveniles  no son ajenos a los grandes problemas de los proyectos sociales dominantes (Valenzuela, 2009, p. 116). Por lo que, hablar sobre los problemas de la juventud, nos remiten a cuestionarnos sobre los problemas de la sociedad en general, pero los jóvenes son más vulnerables a sus efectos.
En la investigación empírica se pueden mencionar diversos trabajos, como los realizados por Rossana Reguillo sobre el papel que juega la comunicación en la constitución de la identidad de las bandas juveniles en Guadalajara, y que examinan la relación entre territorios, ritos, competencias e identidades; el trabajo de José Manuel Valenzuela sobre el desarrollo de una cultura juvenil particular –los góticos y la simbología dark– en Tijuana; el trabajo de Germán Muñoz que indaga en las culturas juveniles urbanas mediante la recepción de la música rock; el estudio de Alonso Salazar sobre las bandas juveniles en Medellín, una subcultura que entrelazada con el fenómeno del narcotráfico desarrolla formas peculiares de religiosidad, lenguajes profanos y una actitud desafiante ante la muerte; y el estudio de Ana Wortman sobre los consumos culturales de jóvenes de clases medias argentinas y su relación con la conformación de identidades sociales (Reguillo, 1995; Valenzuela, 2000; Muñoz, 1998; Salazar, 2002; Wortman, 2003). Esto permite apreciar el desarrollo de una línea de investigación que explícita o implícitamente examina la conformación de las culturas juveniles –y los cambios culturales de los jóvenes– en su relación con los consumos culturales. (CEPAL, 2004, p. 244).